Cómo me gusta ser whovian. Tras ver por segunda vez el episodio del especial no he podido pensar en otra cosa. Cómo disfruto. Cómo lo vivo. Qué grande es esta aventura que compartimos merced a la idea formada hace más de 50 años en los estudios de la BBC. Que por cierto, gracias, Gatiss. An Adventure in Space and Time es una auténtica joya.
La semana pasada vi el especial. Tuve que hacerlo, la ocasión lo merecía, en el tiempo y momento justo. En directo. Viva la tecnología que nos lo permite. Pero creo que los nervios previos, muchos, más una inoportuna fiebre estomacal, no me dejaron apreciar bien la historia, los matices, la idea que Moffat nos planteó y desarrolló. Si os soy sincera -que a eso he venido-, en los días anteriores no pude quitarme de la cabeza un capítulo concreto de la serie moderna. O tres capítulos, más bien. Los últimos de la tercera temporada: Utopia, The sound of drums and The Last of the Time Lords. ¿Motivos? Porque a fuerza de oírnos, de vernos, de sentirnos a todos llamando, pensando y soñando con un mismo nombre, el Doctor, a fuerza de eso era casi como entonces. Como si toda la Humanidad a un tiempo diciendo su nombre pudiera traerlo, finalmente, a la vida. A nuestra vida.
Y a lo mejor lo hicimos. Porque el Doctor ha estado presente más que nunca. ¿Quién sabe? Who knows? Who knows.